martes, 22 de junio de 2010

EL CANTO DEL ZAPOTE BLANCO


En la más áspera piel del mundo
el agua corre invisible.

Un extenso bosque sin sombras,
abrupto paisaje de espinas,
ejército de órganos, agaves y huizaches,
proteje a la cueva trepada
en la montaña vertical
donde hombres muy antiguos
acostados boca arriba pintaron,
sobre lajas verdes y amarillas
sus manos, sus dioses, sus batallas
y una desenvuelta serpiente de agua
con la boca muy abierta.

Seis horas caminamos con torpeza
sobre piedras sueltas
entre adustos órganos altísimos,
esquivando mil discretas biznagas
que parecen crecer sólo donde se apoyan las manos,
evitando a los bellos agaves de uña negra
después de sufrir en carne propia
su afilada sonrisa,
para finalmente llegar
justo cuando sentíamos que era imposible.
Y esa parecía ser la contraseña.

A la orilla del Río Salado
que divide a Puebla de Oaxaca
arranca ese extraño bosque de cactus
donde siempre es mediodía.
De lejos escuchábamos correr el agua,
bronca y altiva.
Pero al llegar, el río estaba seco.

¿Quien cantaba?
No era la memoria de las piedras grandes
pulidas tantos años en el río
ni la serpiente en la cueva.

Entre el silencio abismal
de rocas y espinas,
del río a la cueva y de la cueva al río,
volvimos a escuchar la corriente fantasma.

Era el canto al viento
del árbol del zapote blanco
evidentemente enamorado
que así conjuraba la ausencia del agua
engañando de paso a los ilusos que
aquel día navegábamos,
a pie y deshidratados,
los rápidos afluentes verticales
y las cascadas quietas
del sequísimo río Salado.
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Se puede ver la secuencia de fotos: "Bosque de espinas".