Ella ata su voz
al capricho ascendente
del incienso.
Trepa sus palabras de humo
al caballo bronco de este olor.
Y no crepita una vara
sino un bosque
en la mano izquierda.
Con la otra hace cuentas,
pases, señas, amenazas.
De pronto canta y baila
y grita al cielo.
Reclama, exige, niega
y vuelve a la plegaria.
¿Dónde hacía estos rituales
cuando estaban prohibidos
con pena de muerte?
Décadas de contacto secreto
con sus dioses.
Pensarlo da escalofríos.
Su gesto me lleva sin más
a mirar al cielo
y murmurar los nombres
de los míos, lejos,
o ausentes.
A viajar en humo
y anudarme
ardiendo
en secreto,
lentamente,
en su incienso.
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Una versión de este poema puede leerse en este video que muestra luego unos minutos de la Gran Increpadora: pique AQUÍ.
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Vuelvo a verla y me exaspera y me
conmueve. Me habita. Me doy cuenta de que me recuerda a mi abuela materna, que
algo tenía de bruja buena y de pronto le daba por ahuyentar fantasmas con una
espada imaginaria bajando una escalera. El tema de la relación con lo
invisible, que obsesiona a este blog y al ciclo de libros de Mogador, renace en
esta mujer y su diálogo ritual con el más allá. Aquí es evidente e interesante
para mí la relación entre el deseo intenso como escalera hacia lo que está más
allá de nosotros.
Invitado a
China por el Festival literario de las librerías Bookworm, pude
visitar, entre otros sitios apasionantes, este templo excepcionalmente
preservado en una ciudad que fue muy bella, destruida en gran parte por el
tsunami de concreto que urbaniza a toda China. Entre otras sorpresas,
ésta: En el Templo Taoísta de las Dos Cabras Verdes, en la ciudad china de
Chengdú, de pronto una mujer hizo ante nosotros un ritual inusitado y
maravilloso. Más de media hora estuvo cantando y hablando bruscamente con sus
dioses, reclamándoles cosas, festejándolos también. Ella era, esa tarde de
febrero 2010, la Gran Increpadora de una nueva mitología post maoista. Ese día
la filmé rudimentariamente y escribí este poema.
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