crece tanto donde la siembran
y riegan con mesura
como al borde de las carreteras
donde corre desbocada
la lluvia turbia
bajando las colinas.
La caña acecha los pantanos,
mirando al sol
rodea los humedales,
y acosa tenaz a los ríos
desde ambas orillas.
Y de pronto, esta caña distinta,
como centauro en una isla sorpresiva,
se aparece:
Viene en balsa de piedra
desafiando la corriente
del ronco río Chirripó.
Crece extrañamente entre las rocas
esta caña altiva y feliz,
despeinada al viento,
que mira hacia la cumbre
donde el hielo será muy pronto río
y pasará a sus pies
hablando solo, alocado,
olvidadizo.
Algunos amores son como caña brava,
me dijiste sonriendo con los ojos,
traviesa y amenazante,
mientras levantabas hacia mí
tu mano posesiva
y lanzabas hacia atrás tu melena,
como si el caprichoso vaiven
de un viento muy callado
moviera a ambas.
La caña brava dice
con los mil dedos inquietos
de sus hojas
lo mismo que la lluvia, boca arriba.
Dice lo mismo que tus ojos
pero sonriendo al viento.
Dice lo mismo que tu lengua
agitada en mi boca.
Dice que el río de nuestros cuerpos
fluyendo sin cesar uno hacia el otro
canta gimiendo y la estremece
haciéndola vivir, eros o nada,
hasta en el corazón más duro
de la roca más erosionada
por el paso del agua
que vamos siendo
y del viento
que implacable
nos abraza
y nos agita.
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