En el templo
de la montaña sagrada,
muy afuera
de Beijing,
mientras la
nieve se acumula sobre los tejados
y rompe las
flores de piedra que los sellan,
los peces se
abren paso entre el hielo del estanque
para atrapar
el vuelo de los insectos.
La piedra
que se rompe como hielo
los hielos
como piedras golpeadas,
despiertan
de mal humor
al temido
tigre de tierra
que cuida en
sueños
las
cisternas del templo
y nos lanza
una mirada desafiante.
Hileras de
dragones grandes y pequeños
desde el
techo escuchan
el diálogo
del bambú y el viento,
y el lento
monólogo de la nieve
que cae y
cae
llenando los
rincones de los patios.
En la
terraza color de sangre y tierra
y jugo de
granada,
la mesa de
porcelana azul está puesta
con sus
cuatro bancos como toneles,
uno por cada
dirección del universo.
Se supone
que vendrán dioses
de los
horizontes más lejanos
invocados y
apaciguados
por ofrendas
de incienso espiral
que se quema
muy lentamente.
Hasta ahí
todo lo extraordinario
era
ordinario.
Pero cayó de
pronto un rayo
de sol de
invierno
sobre la
nieve del techo
desenterrando
su brillo dorado.
La misma luz
hizo eco
al fondo del
río sin agua
y surgió
ante nuestros ojos,
envuelto en
una tela brillante
recién
tejida de esa luz
y de otras
muy antiguas,
un buda de
pie sobre una roca
al lado del
puente de piedra.
Casi una
llama,
envuelto en
sí mismo,
viéndolo
todo y no viendo nada,
con su
sonrisa de piedra
y el gesto
de la mano que apacigua,
arde en
silencio
y despierta
en
quien con
calma lo mira,
su propia
llama.
2 comentarios:
QUIERO EXPRESARME SIN DECIRTE NADA, SOLO TATUAJES LLEVO DE MI VIDA VAGANTE, SOMBRAS AZULES ENTRETEJEN MI CINTURA Y EL CISNE QUE APARECE SE MENEA EN LAS AGUAS TURBULENTAS DEL PAISAJE.
La fascinación de lo eterno y lo etéreo.
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