sábado, 11 de mayo de 2013

LA LUNA CRECIENTE




Comienza como sonrisa
que se insinúa.
Como si un gesto
circular,
semi imantado,
atrajera
en un filo decidido
a las luces
dispersas.

Es una promesa,
una incitación,
un deseo.
Una amenza.

El filo de una uña,
rasguño sideral
detrás de la caricia,
y del roce,
primero levísimo
y luego fuerte,
de tus labios
en mi boca.

Por eso
en noches claras
se adivina
la absoluta posesión,
la mordida total,
en tu sonrisa
y en esa delgadísima
línea curva
del cielo.

Es puerta 
que girará,
tal vez,
como cierta sonrisa
por donde se abre tu cuerpo.

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Video del autor donde lee este poema: Aquí.

(El primer día, el día en que la luna comienza su camino hacia estar llena, su dibujo leve es ya una plenitud, la de la promesa y la amenza del deseo. En los lenguajes del cielo, la luna creciente trae y lleva a los enamorados mensajes inciertos.)




HOY ESTÁN POR TODAS PARTES,
LAS JACARANDAS.




Sorprenden,
al principio,
como fantasmas.
Son apariciones
y en pocos días
se multiplican.
Caminas, avanzas
como sea y donde sea,
y ahí están.
Y ahí se quedan,
como si siempre
hubieran estado
y nunca se fueran.

De pronto,
son como espuma amoratada
incesantes oleajes verdes
detrás de ellas.
Y como el mar te hipnotizan.

Luego son gigantes
que aguardan
a la vuelta de la esquina,
donde menos esperes,
y si al mirate las miras
también te hipnotizan.

Con sus brazos tejen
enormes pero fugaces
puentes,
escenarios,
perpectivas,
suelos color del cielo y viceversa.

Se apoderan de lo visible
y se te meten en lo invisible.

Una y otra vez
se dejan caer
completamente
al suelo
como escamas moradas,
y renacen
arriba
como si nada.
Por unos días se regeneran
como mutantes embrujadas.

Algunas jacarandas,
desde abajo,
te recuerdan
que su árbol brota
de heridas breves en el cielo,
levemente amoratadas,
y sus ramas se van ensanchando
hasta tocar el suelo
y hundirse en él.

Cuando sus ramas están muy torcidas
parecen venas del cielo.
por las que corre una sustancia lila
que cada año se escapa aquí y allá,
como sangrado ritual de la diosa
que es cada jacaranda.
Climax
del ritmo alterado
de su sangre:
cada ramo vivo en la rama.

Y si las miras
desde arriba,
brillan más
y se multiplican.
Y lo vas sintiendo
por dentro.

Y si nos  entregamos a su delirio,
y vemos a la jacaranda reflejada
en el río del cielo,
la casa que la rodea es barco
y ella oleaje abierto en esa quilla.
Las nubes, ramas secas.
Y la jacaranda
se abre como un sexo
o un vientre de la ciudad palpitante,
que por un momento,
antes que nada,
es una ciudad florida.



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Hoy están ahí y nos seducen. La breve aparición de las jacarandas en la ciudad tiene momentos de esplendor inusitado. Siempre hay quien no las mira o quien las odia. Pero quien aprende a amarlas descubre otra ciudad, compartible, fugazmente bella, admirable, florida.
(La foto final, “Mandala de jacarandas,” es de Estela Treviño.)