jueves, 24 de abril de 2014

TE INCLINAS, DESNUDA, Y TU ESPALDA CANTA



Te inclinas, desnuda,
y tu espalda canta.

Hay una luz que emana
de tus movimientos,
fiesta radiante en el aire
que te toca al caminar.
Y hay otra luz, muy intensa,
que brota de tu inclinación.

Como si el viento encendiera tu cuerpo
mientras se va a doblando
muy lentamente,
como en invierno sale el sol.

Sentada, sin verme,
te inclinas hacia un lado.
Tu columna es una palabra larga
de sílabas constantes,
que se mecen hacia donde miras.

Extiendes el brazo
no muy lejos
para alcanzar algo invisible,
la sombra huidiza
que casi toca tu pie.

En tu cintura
la piel pronuncia
una palabra apretada,
pliegues súbitos,
viento aprisionado,
trampa del corazón.

Sentada te inclinas y levantas
muy suvamente
pies, rodillas,
una nalga iluminada
por los reflejos del sol
sobre las sábanas.

Te inclinas y levantas
toda la luz que cabe en tu cuerpo,
todas las sombras leves,
todos los recuerdos ambiguos,
todas las fuentes
de tristeza y alegría.

Te inclinas y levantas
el nudo de cabello en la cabeza
atándose a la obscuridad
que te rodea.
Y me ata
a tu otra obscuridad
interna, absorbente
tu pubis girando
hacia la luz.

Tu cuerpo luminoso
al inclinarse me dice

una decidida palabra de amor. 













Una versión anterior de este poema, leída por su autor, AQUÍ