La montaña tiene un bosque
y el bosque un templo.
En el templo hay un estanque
y se llama Tangzhe si.
Detrás de estos hombres
que hablan tanto
en voz muy alta
(y en mandarín)
escucho
entrecortado e intenso,
el diálogo del bambú y el viento
en la montaña sagrada.
La montaña tiene techos
de teja gris muy antigua
y altares y terrazas y escaleras
donde el viento
seco y frío,
como un monje atareado
viene, va y viene
como el incienso
que aquí se quema
en espiral.
Hay un pez enorme
de piedra lunar o aerolito,
que a la vez es un mapa
de magia sideral:
Se le golpea
como campana,
en lugares precisos,
para que el dios Dragón
venga
a aliviar las plagas
de cada escama del Imperio.
Hay un tigre de yeso que cuida el pozo
y un Buda de piedra medio dormido
y una larga crónica del infierno
tallada con precisión en madera,
por uno que dice que estuvo ahí.
Un montón de gente rezando
y una campana
gigante
que necesita ser movida
por treinta
para ponerse a cantar.
Hay un árbol de la memoria sagrada,
Ginko de ofrendas amarillas,
que desde hace 1300 años
llaman El árbol Emperador.
Porque uno lo sembró entonces distraído.
Porque uno lo sembró entonces distraído.
Desde la última terraza
las copas de los pinos,
indiferentes y altivas,
ni siquiera nos miran.
Pero el mar de bambú,
en su lengua de viento y hojas,
al ritmo de su oleaje
dice cosas
bellas
y hasta convincentes
que algunas tardes claras
creo que alcanzo a descifrar.
creo que alcanzo a descifrar.
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