Aunque
estaba lejos,
casi
del otro lado del mundo,
hoy
al salir el sol
despertaste
conmigo.
La
caricia que te había hecho,
dormida,
siguió
creciendo en mi mano
como
un jardín que florece.
Era
algo más suave y fluida
que
un hormigueo,
como
una memoria de agua.
Tu
cabellera
entre mis dedos
cantaba
como
una fuente
tu
sonrisa.
Entre
mis dedos, tu cabello
era
flor, era viento,
era
una corriente hacia tus sueños
más
secretos.
Yo,
tan lejos.
Mi mano, tan cerca,
Mi mano, tan cerca,
te
navegaba sin despertarte
y
sonreías semidormida.
La
memoria de las manos es tenaz.
va
por su cuenta.
Enamorada
es, además,
rebelde
y atrevida.
Ya con el sol entero
sobre
el horizonte,
creció
en mi mano
otra caricia:
más
encrespada
pero
más suave,
más
breve
y más
arremolinada.
Mi mano,
poseída
por la
memoria de tu pubis,
dibujaba
un círculo
en
la textura de tus vellos.
En
las yemas,
hilos
de fuego se encendían.
Esa caricia
se
volvió torbellino
y ya
no fue memoria
sino
presencia.
Tu
olor,
moviéndose
como
serpiente de agua,
devorándome
con
su andar de enredo,
creció
y se
quedó en mis dedos
todo
el día.
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Los cuerpos de los amantes tienen algunas
partes visibles, otras intensamente invisibles.
Y, en los momentos más
insospechados, todo crece fértil en la piel enamorada como un trópico
incontenible.
2 comentarios:
Es genial el ritual de saber y saberse, del delirio amoroso
Delicado, fino.
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